Apología de los pibardos
Hace un par de domingos, mientras mojaba perezoso una galleta Príncipe de Hacendado en el café, recibí uno de los whatsapps más surrealistas de mi vida. Un columnista de El Confidencial había decidido volcar todas sus neuras en un artículo titulado "Hombres que sólo se relacionan con otros hombres", en el que criticaba abierta y frontalmente los grupos de amigos de género exclusivamente masculino.
Hasta aquí no había nada de lo que asombrarse: hoy en día cualquier modernillo que quiera ganarse el pan en la esfera pública tiene que posicionarse bien alejado de los arquetipos de la masculinidad clásica (debe, de hecho, denominarla masculinidad tóxica), y esta es una manera tan buena como hacer un par de chistes sobre Pablo Motos, o meterse con Bertín Osborne.
La sorpresa, morrocotuda, llegó en forma de imagen; la que ilustraba la columna. ¿Reconocéis a alguien?
Sí sí, el artículo existe y puedes comprobarlo aquí
Si bien es cierto que alguna vez había fantaseado con que mi cara apareciera en periódicos de tirada nacional, lo que tenía en mente era más una carrera por la presidencia del Real Madrid o una entrada fulgurante en la lista Forbes que ilustrar la definición de lo que hoy se denomina un machirulo.
Mientras mi buen amigo G., indignado por el atentado contra su imagen ("yo, que he visto Valeria") gestionaba con éxito que nuestra foto desapareciera de la noticia, yo comenzaba a reflexionar sobre el asunto. Tras la tentación de elaborar acerca de la toxicidad en los grupos de amigas, decidí centrar el tiro en el tema del artículo: los grupos de colegas.
No puedo mentir diciendo que no tengo amigas, dado que muchas son de hecho lectoras de este blog, pero como tengo varios grupos de amigos compuestos exclusivamente por hombres me veo capacitado para saltar ante este atropello y hacer una defensa encendida de "la cuadrilla", de "los chavales", de "éstos".
En una cuadrilla, todo el mundo entra desinteresadamente, de carambola. Son tus amigos porque la vida los puso ahí pero, curiosamente, aunque aquello fuera puro azar no los cambiarías por nada del mundo. Y te dan muchísimas cosas buenas: sensación de pertenencia, refuerzo de autoestima, control del ego, capacidad de reírse de los demás y también de que se rían de ti.
Sí, los chicos no solemos hablar abiertamente de nuestros sentimientos con nuestro grupo de amigos. ¿Y qué? Cuando uno no está bien, puede ser muchísimo más terapéutico discutir acerca de si Joselu es el nueve que el Real Madrid se merece que ir a cualquier psicólogo; la ligereza es algo tremendamente infravalorado cuando se habla de bienestar personal. Y que no hablemos abiertamente no significa que no intuyamos lo que hay dentro de cada uno, y que pongamos en marcha mecanismos para ayudar a quien lo necesita. Mecanismos sencillos y efectivos, con recetas que llevan siglos funcionando. Palmada en la espalda, un par de insultos y melopea catártica... ¿Por qué es esto algo a perseguir?
El grupo de amigotes es una estructura que, como la familia, existe desde hace milenios. Y existe porque funciona, porque el hombre se encuentra a gusto en una comunidad con códigos universales, con amigos que darían un brazo por ti igual que tú darías un brazo por ellos. "La lealtad duele como una bala en el pecho porque sólo se conoce en los malos momentos", leí hace un tiempo en Twitter. Y en esos malos momentos, sabes que esos pibardos están sufriendo a tu lado y que cada uno se reparte un poquito de ese dolor.
También existe porque cuando hay confrontación entre sus miembros va de cara y sin dobleces, y eso evita que los problemas se enquisten. Cuando hay envidias siempre son sanas, y además siempre ha sido un lugar de perdón; ¿o no tenéis todos al clásico colega que desapareció al echarse novia y que volvió al tiempo cuando la cosa no funcionó?
Así, mi consejo es que desoigáis al panoli de El Confidencial y os sigáis juntando con vuestros colegas a echar pachangas, gritar, recordar futbolistas del Mundial de Corea y Japón y llenar una mesa de botellines vacíos. Porque si en ese momento alguien os mira y frunce el ceño, no lo dudéis: o se está muriendo de envidia, o está muerto por dentro.
Comentarios
Publicar un comentario