Tiempo y Oro
Una de las grandes cuestiones de la vida de cualquier ser humano es, sí, El Tiempo. El tiempo que perdemos, el que nos falta, el que nos agobia, el que nos hace envejecer... es casi siempre motivo de reflexión, y muchas veces de angustia. Y es que es una certeza: el tiempo avanza inexorablemente, segundo a segundo, imparable como una apisonadora alemana, cuantificado y gobernado por precisos relojes que tasan esta magnitud tan preciada. Eficacia y eficiencia son valores al alza en nuestro mundo porque "el tiempo es oro", como ya predicaba RTVE en los años 80.
La cuestión es filosófica pero, sobre todo, es filológica. En estos casos, por tanto, hay que seguir el consejo de mi padre y recurrir a los antiguos griegos. Así, revisando en la mitología clásica vemos que nuestros amigos helénicos contaban con un titán, Chronos, que era ni más ni menos que el señor y gobernador del tiempo secuencial, cuantitativo, del tic-tac, cronológico. El mito de Chronos es bastante elocuente: era un gigante que asumió el reino de los dioses, y tenía tanto miedo de que sus hijos le derrocaran que los devoraba vivos. ¡Menuda metáfora! Y lo peor es que no le sirvió para nada; finalmente su hijo Zeus acabó con él.
Pero (¡al loro!) Chronos no es la única figura griega para definir el tiempo; existe también otro mito menos conocido pero no menos importante. Se trata de Kairós, que podría traducirse como el dios del momento, de la oportunidad. Es ese tiempo cualitativo que no se puede medir pero sí sentir, y que nos transporta a otro plano vital en el que todo se percibe con mayor intensidad; es "el tiempo en el que pasan cosas". De hecho san Pablo, en sus cartas, utiliza repetidamente esta palabra para ilustrar el tiempo de Dios, lo que nos podría dar pie a una reflexión bien larga y rica en formato Catholic Explicit Content. No seguiremos esa ruta de momento, pero por lo pronto es interesante ver que los griegos representaban a Kairós como un joven con alas en los pies, bajito y calvo salvo por un largo mechón de pelo cerca de la frente, de manera que sólo pueda asirlo quien salga a su encuentro y no, en cambio, quien lo persiga.
Chronos y Kairós, el tiempo cuantitativo y el cualitativo, han coexistido siempre entrelazándose en nuestras vidas. Pero el lenguaje y la filosofía en Occidente, desde los antiguos griegos hasta hoy, han ido progresivamente arrinconando al kairós en favor del chronos y ya ni siquiera podemos encontrar palabras que expliciten esta realidad tangible. El tiempo se "cronometra" pero no es "kairopático", y así poco a poco el chronos se ha ido haciendo con el monopolio del significante "tiempo". El lenguaje tiene ese poder, es capaz de cambiarnos la manera de entender la realidad, y en este caso lo ha hecho a peor porque el kairós es (¡literalmente!) el tiempo que realmente vale la pena.
Así, el consejo para mis avezados lectores es que seáis conscientes de esta realidad y que os pongáis unas buenas gafas kairóticas para mirar a vuestro mundo. Intentad orientaros hacia él y no desesperéis; siempre inesperado y sorprendente, el kairós se busca, pero te encuentra.
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